Antes de presentarme a Alejandro me advirtieron sobre su fealdad, y ni así me lo tomé a la ligera, que cuando lo vi por vez primera, dije, la bella (mi hermana, claro) y la bestia, y nada, que nunca antes ni después de Ale, alguien conquistó mi simpatía con tal rapidez, a los cinco minutos de charlar con él, además de parecerme una de las personas más simpáticas del planeta, lo creí guapo, conceptos mismos que jamás cambiaría. Mi hermana y él hicieron familia, por lo que cuando mi sobrina María tenía tres años y luego de un tremendo resbalón en mi vida (el primero de una gran lista de derrumbes), me refugié en su casa, no por otra cosa si no porque mi hermana, en un acto de absoluta valentía, fue la única que confió en mí, me dio cobijo, comida, casa, trabajo y hartos cariños. Me queda claro, entonces y ahora, que yo no era más que la hermana incómoda, el cariño que Ale pudiera haber llegado a sentir por mí, llegó con el tiempo y las sinrazones. No quiero hablar sobre lo que todos saben de Aura, es obvio, el hombre tenía apellido de nombre de mujer, premio de tal y cual, actividad por aquí y por allá, su destacado papel en las letras y la cultura mexicana, está por demás, de aquello, ya muchos se harán cargo de informar. Mangos, les contaré una intimidad. Alejandro tenía una serie de pasiones, desde el café con pan matutino, su afición por cocinar, ir al mercado de Jamaica, beber cerveza al tiempo (guacala), fumar puro por las tardes con una copa de un sueño de coñac (o sea un ron), y dormir la siesta, pero tenía una especial pasión por el arroz blanco, acaso pasión que nadie notara o entendiera mejor que yo. Vivir con las personas por un rato, hace que uno pueda ver con claridad aquellas cosas que dicha gente repite, en esa casa, nunca faltó a la cita de la comida, el arroz blanco. Cuando me fui a vivir a un lugar decente en donde poder cocinar, me reencontré con la pasta, y el arroz de Ale adquirió un nicho de respeto en mis memorias, sí, nada, como el arroz blanco. La pasión desenfrenada necesita un cobijo, un solaz, un lugar aparte en donde poder matizar lo que es una vorágine. Eso es el arroz blanco, el plato perfecto que hace que las calabacitas con rajas y puerco se saboreen en todo su esplendor, el arroz no inicia pelea alguna con aquello que se le acompañe, no señor, el arroz es el novio apacible que todos los exóticos platillos ocupamos. Alejandro, vibraba con total intensidad en todo aquello que emprendía, llámese lectura, puesta en escena, diálogo, locución, canto, risa o sonrisa, por ello, el arroz, el arroz blanco, se nos hizo imprescindible. Mi muerte con Alejandro Aura. Llegó como el novio de mi hermana y se queda aquí, en mi corazón como mi hermano, muero un poco con él y me quedo con "la muñequita que te vuelve loco", agua de Tehuacán, las carcajadas compartidas y claro está, con el arroz blanco, a tu salud Ale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario