domingo, 14 de febrero de 2010

de la carga a la trepada

Y están entre la parentela los que tenemos lejanos, los que nos dejan una gran huella, los que apenas son una marquita y los que se nos trepan hasta el alma...
... a la buena o a la mala… estos sobrinos, qué caray, que son un amor que a veces no cabe ni mencionar ni hay espacio suficiente par acomodar el sentimiento ése que se desborda de uno.

La carga

Entre las mil y una personajas que he hecho de mí misma, están siempre las herencias de quienes me precedieron, me he dado cuenta que la búsqueda de mi autenticidad la resumo en el haber aceptado todo lo que me han dado, por gracia de la sangre y por la generosidad de las víctimas de mis consanguíneos.Conmigo, en mi mochila cotidiana, cargo con momentos, imágenes, regalos, regaños, lecciones, sonrisas, viajes, abrazos, y algunos rencores de mi parentela. Mis parientes viven conmigo aún sin quererlo, desde mi primo más lejano, hasta mi tía más consentida, los vivos y los muertos, me habitan. Recrear el corazón de cada uno ha sido un ejercicio indispensable para mi sanidad espiritual, con ello, en cada pincelada, he drenado perdones, he tamizado situaciones, y las circunstancias, las malditas circunstancias, me han hecho el mandado, no ha habido algo que se haya podido interponer entre mi cariño y los corazones de mi árbol genealógico. La carga de la parentela es un gran regalo, he caído en cuenta, que de huérfana sólo llevo la ausencia de mi madre, el resto, todos mis indispensables, no me dejaron sola, me dieron, me amaron, me cobijaron, me hicieron esta savia que se desliza hasta su corazón cada que me entra la sed, y si no la sacian es porque el día que ya no tenga sed, entiendo, estaré como los que me acompañan en el jardín trasero de mis muertos, tres metros bajo tierra. Epazote, ruda, toronjil, romero, albahaca, cilantro, perejil, eneldo e hinojo, hierbas aromáticas del patio de atrás, y la composta apesta, pero no hay nada sano que no se haya podrido de vez en vez.

martes, 9 de febrero de 2010

Entre los dientes


Dicen de las aceitunas, un instante en la boca, una eternidad en las caderas, y qué más da, bien que le entra uno a las deliciosas aceitunas, y si me las dan con jocoque, bueno, se me olvidan hasta las caderas. Luego del bocado, se queda entre los dientes, un pequeño filamento de aquél bocado, y suele ser molesto, tan así es que por eso decimos cuando no decimos, que las palabras se agolpan entre los dientes, y de dientes para afuera, lograremos emitir una frase poco deseada pero necesaria, es el ni modo clásico y tan educado que nos caracteriza a los mexicanos. Ni modo. Y las comilonas, no son para siempre, hay que levantarse de la mesa, pagar la cuenta, dar propina, y el suculento platillo, se queda en la memoria que nos hará regresar a esa mesa con todo gusto, aunque nos toque pagar de nuevo. Ni modo. Y el pa' siempre, entre más crece uno, menos existe, menos se da, y menos esperanza se tiene en que se dé, de perdido de chiripa, y cada vez, se sostiene el instante con mayor regocijo. Ni modo. Y ni la mitología griega que nos prepara para siquiera pensar que el martirio pueda durar pa' siempre, nada, que un día ya nadie nos quiere devorar el hígado, ni nos hace subir al monte a sembrar margaritas en los rieles de un tren fantasma, ni eso dura pa' siempre, ni modo. ¿Pero quién quiere levantarse siempre a las seis de la madrugada cuando se duerme a las cuatro?, ¿quién desea llegar cada mañana a un lugar inhóspito, y por su descalificación diaria?, ¿quién puede desear un trabajo en el que además de que le pagan poco, le regañan todos los días por ser como como es? Yo, ni modo. Y ya ni modo.