sábado, 18 de octubre de 2008

¿Malabares a fin de quincena?, bienvenido al club



Las más de las veces, he de confesar, creo que la gente me compadece un poco por los malabares que hago con las quincenas, cuando tengo, y cuando no tengo, pues supongo que el azoro es aún mayor; sin embargo, sé que hay quien admira la manera en la que bacheamos el ala oeste de las necesidades mientras obvio, se abre cual falla de San Andrés, el ala este la economía familiar.
El día que vi el asombro total de este motociclista ante el malabarista entendí, que no hay lástima ni admiración, si no incomprensión total del suceso de enfrentar nuestro cuadro típico ante un círculo, para nosotros, atípico. Si lo que sube ha de bajar, si lo que entra ha de salir, porque nuestra experiencia así nos lo ha ido dictando, ser testigo del proceso que se genera dentro del cuarto obscuro, y ver el líquido que detecta una imagen impresa, nos descuadra el mundo, !Oh, ¿qué no era magia?!
Los que somos expertos en malabares, sentimos los mismo ante las personas que siempre encuentran, no sé cómo, el camino recto, sin complicaciones, práctico y eficiente para resolver su cotidianidad; los que hacemos malabares, somos alambicados, laberínticos, y resolvemos, sí, porque en esta casa, todos, desayunan, comen, cenan, le entran con ahínco al postre, van a la escuela, hacen ejercicio, tienen útiles, y se visten y calzan de nuestros circasianos ingresos.
A todos aquellos que crean que tapar un hoyo mientras se destapa el otro, es un fatal, fatal destino, yo les digo, que no. Mientras debo algo, porque ¿qué sería de mí sin deudas?, me doy un lujo, lujo mismo que me da la energía para luego ir en pos de pagar mi deuda. El dinero y el orden está en tu cabeza, en la mía y en la de todos, o sea, no existe. Ya mucho ha que los billetes tenían su respaldo en oro, e igual, el oro no se lo lleva nadie al otro mundo, los billetes, y las cuentas bancarias viven en nuestra imaginación, nada que no puedas convertir en una cena romántica con un buen plato de ravioles acompañados de una ensalada de pelos, es verdad, nada.
Los malabares a fin de quincena son para algunos una muy triste realidad, en nuestro país hay quien gana cantidades risibles de dinero para subsistir, gastan poco, comen mal, y de cualquier forma, no hay modo, no completan, para otros, para los medianitos como yo, los malabares a fin de quincena, son un estilo de vida, una opción: si compré uno o diez libros, sé que eso implica rezar a los siete salmos que no se enferme nadie y que habrá que comer huevos con frijolitos, chilaquiles y andar a patín dos días, pero bien lo vale, porque aunque las cosas no valgan en pesos, tienen validez en otro lado, y sólo ahí tienen sentido, sólo ahí, donde cada quien disponga que lo tiene.

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