miércoles, 30 de enero de 2013

Amarata...


Amar ata. Y desata una serie de descompuestos. El amor al ente, el encuentro con nuestro objeto de tortura personal hace que la infancia, complejos, facturas pendientes y demás descompuestos, desaten los demonios. El amor ata, echa bala, hiere, da un hambre de la chingada de todo lo que habíamos olvidado, es yedra, musa, y a la vez, puede ser miseria mientas enriquece nuestro derredor.
Amar ata. Y llena la canasta básica. Podemos ver los rostros en la calle y saber a primera vista quién trae la canasta llenita y a quien hace un rato que se le ha quedado sin nadita para su hambrita.
Amar ata y besa. Los besos se imprimen en la piel y son la canasta básica. Unos cuantos besos se da uno mientras el recuerdo de éstos pareciera eterno. A veces sirve más el mero recuerdo de un beso dado entre la timidez y la furia que el millar de besos olvidados.
Imprimir en nosotros una buena imagen puede dejar muchos frutos, así si los hijos viven una linda familia, una casa limpia, una comida humeante, amorosa, surtida y sabrosa, un diálogo cálido y nutrido, quizá así, podemos tener la esperanza de que irán en su vida adulta en pos de aquello que se les quedó impreso. De lengua nos comemos una orden de tacos, pero el ejemplo es la neta. Y no importa si lo que nos dimos fue un instante, un instante, es un instante eterno cuando de amor se trata.
Toma un beso de eso que te dio poseso en una obscura noche, en una despedida, suéñalo diario, hasta que se deslave o hasta que lleguen nuevos besos, y con eso, sal a tu ciudad, a tu trabajo, a tu cotidiano, y escucha las campanas de quien quiere todo, de quien llena su canasta básica con algo más que ilusiones en un pobre país que va al no se sabe.
Y si el hambre de tu vida está pensando en ostra que no seas tú, llena tu canasta de besos imaginarios, bébelos en noche de luna y deja que tu cuerpo se imprima de ilusiones en lo que llega otra hambre que te piense como entrada, platillo fuerte y postre. Y te lo digo a ti para ver si así me lo oigo a mí. Como un palíndromo.
Ave sería la yedra. Amar ata. Moriré ha ¿Yo?, ¿herir o matar? Ama.
Amar ata. Moriré hoy a herir o matar… ama, arde, y al aire se va.

sábado, 26 de enero de 2013

¡Ea Calle!, ella cae…



 (Universo en el que todo lo que va, viene de regreso…) Por Mercedes Boullosa (La Bullo)
Con el amanecer de pólvora, intento tomar mi rutina con la mayor filosofía. Me pregunto a cada paso, si los demás viven en su cotidiano o como yo, sueñan por las noches con una ciudad del deseo. Cuando voy de ida a dejar gente a la escuela, la charla distrae mis explosiones, me saca de la calle misma, el auto se convierte en una cabina de buena charla. Pero cuando voy de vuelta a casa, o rumbo a la oficina, me cae la navegación nocturna como un balde de agua helada. El insomnio, hace conmigo un barco a la deriva, puedo ser ola que golpea las piedras, o nube que espera la forma de su amado para luego desvanecerse. Y me tocan el claxon como si yo siguiera en las nubes. Veía pasar a una pareja agarrada de la mano sí, pero cada cual parecía traer en la frente un distinto mensaje, él tenía cara de “se me olvidó de nuevo el recibo de luz, carajo Mirna me va a matar”, y ella (mi supuesta Mirna) tenía cara de “¿qué onda con la dieta?, la he hecho bien, pero seguro no he bajado, estos pantalones todavía me aprietan”. Y pensé, qué pena, tan tomados de la mano, y tan tomados de pelo. ¿Será que yo llevo un grano de arroz en la frente?, como aquella historia que contaba Ruy Sánchez, un grano de arroz que representa un falo mágico y diminuto del dios Shiva, una imagen que recuerda el momento en el que un corazón fue tocado por dentro. Será. Pero una vez más, caigo en el vado de la esquina de mi casa y recuerdo que además de todo, llevo prisa, hay un horario que cumplir y tareas que entregar, en ese momento, entiendo que el hombre de Mirna, sólo tiene la mano para dar, su mente, obligada a moverse en otro lado. Esta vida de prisa, no da espacio para los besos despacio, para tomar con calma los despertares de pólvora. Estallo,  callo para tomar la vida y llevármela de calle en sueños y delirios.