lunes, 20 de octubre de 2008

Avatares del patín del diablo


¿En que andas?, -a patín.

Hace mucho que logré tener un carro y no por méritos propios, creo que el primer auto que pude pagar con mi salario fue el que adquirí a los 17 años, de ahí pal real, todo fue cosa del que fuera mi marido, que tenía una mala puntería para los autos, de concurso. Un día, decidió deshacerse de un flamante ford para realizarlo por una doble tracción, gringa, que era como traer la maldición puesta, nos paraban los judiciales de a tiro por viaje, hasta afuera del cine, que para ver si era cierto que los papeles estaban en orden; en esa misma camionetota, chocamos con los polis panuquenses quesque iban en friega por un asalto y ¡mole!, dimos de hartos trompos y cuando al fin paró el mal pase a él lo esposaron como dos minutos en lo que mi voz retumbó por toda la ciudad y lo soltaron, yo estaba embarazada y llevaba a otros dos hijos en las piernas. De ahí le siguió un wocho de ocho colores, y una camioneta ford que por malos arreglos de su mecánico se quemó todita, y esa es otra historia; le siguió un mustang 66 de colección al que para subirle los vidrios había que pegar un cable con el otro y chiubbbbbbbb, iba para arriba, los volvías a pegar y chiubbbb, iba para abajo, "tengo un vidrio que me sube y me baja, ay, me sube y me baja". ¿En qué iba?, en eso, en lo de no tener autos por mérito propio, la historia es demasiado larga, de hecho podría dar para una novela, la novela de mis autos, y en medio, cabría de todo, maridos, pérdidas, ganancias, incendios, amantes, amigos, más vida, comidas, borracheras, hijos... aquí el punto es que gracias a este marido que un día fue mío, aprendí a convivir con autos en muy mal estado, y antes de él, me eduqué con la obsesión de Alejandro Aura por tener Mercedes Benz del año del caldo, por favor, soy una experta en descomposiciones y reliquias vehiculares.

Luego de aquél marido me fui a hacer mi vida a solas con mis tres robustos hijos, y el karma carretonero de mi ex, me perseguía con un auto al que le faltaba todo menos la personalidad, era inconfundible, original hasta la ignominia. El caso es que un día, así como un martes cualquiera, sin preámbulo, una hermana se apiadó de mí y me dio un wocho en buen estado, que vino a suplir a aquél con el que me volteé en la carretera Briones no sin antes, sacar la pierna del auto y tratar de detenerlo, logré detener el tráfico, nunca supe si por lo ilógico de la escena o por la buena pierna, en fin, al wocho nuevo le di con mambo hasta convertirlo en chatarra como todos mis autos, el karma exmarido cobró su vigencia por nunca pagar tenencias ni servicios a tiempo. Otro día, así como un miércoles de cualquier semana, otro hermano apiadose de mí y jubiló al wocho con el negrito sandía, un chevy... y yo que digo que no sé nada de autos, sé un montón, sé cuál es una pic up, un wocho, un chevy y un mustang, hasta ahí.

Bueno, todo esto comenzó porque quería contar que hace mucho que no tengo que ser transeúnte mas que por decisión, esto es, ahí está el auto, ya también con el sello del karma exmarido, pero no lo agarro así nomás para ir a donde sea, lo reservo para lo lejos (ya no tengo más hermanos con regalos posibles, ni días cualquiera, ni hay modo de jubilar al negro sandía), suelo tomar mi patín, agilizar las piernas y darle duro a las aceras, es una maravilla caminar, mucho mejor que el auto, ahí va uno encerrado y las aventuras que se viven trepada sobre zapatos de hule son muy amargas, porque no sé qué pasa pero al frente del volante uno piensa que el mundo está muy mal y que ése hoyo es un horror y que ése otro parece alberca y que el tope tal no está pintado, y la señal es una barbaridad, el vecino es un idiota, va lento sin razón, el de atrás es más idiota, echa las luces, el de allá toca, es naco, naco, toca el claxón, y la carretera es una vergüenza, y así se la va uno llevando, de queja en queja, en cambio el mundo del de a pie, es lento y da tiempo para mirar las cosas desde otra perspectiva y no es que las banquetas estén re lindas, nada de eso, urge su remozada, es sólo que se ven más y mejor las cosas, desde otro punto se toma a la ciudad, aunque para mí los encuentros con los perros, son como para el conductor sin licencia los polis, pero igual todo ello, lo hace un mejor paseo. A pie hay árboles y sombras en el adoquín y en el pecho; hay flores y macetas, caras, ojos, cuerpos, colores, parece que en lugar de idiota uno e idiota dos, hay nombres con vidas y apellidos, mejor paseo.

Qué diferentes son las cosas cuando uno se ve forzado a subirse en un urbano, como les dicen aquí a los transportes públicos. Y nada, que ni públicos son, son de unos cuantos, unos que se dicen que son rete chingones porque son cooperativa pero ojalá fueran de un patrón o de dos o tres que tuvieran vergüenza o mente empresaria, o algo de inteligencia que hicieran que los 'cosos' esos que se denominan urbanos tuvieran algo de urbanidad.

Para subir, se requiere un milagro, pues el escalón, si lo hay, o está oxidado y hay que pasar al que sigue que está muy alto o está guango, sí, blandengue como gelatina barata, y más vale entonces, seguir la instrucción pasada, pasar al que sigue.

Una vez arriba del armatoste denominado urbano, cuidado con baches topes y demás obstáculos, el mentado grandulón cae con todo, sin amortiguadores, y hasta yo, que no sé gran cosa de mecánica, sé para qué son los resortes estos, para detener el impacto, y cuidar la salud de quienes ahí viajan. Los urbanos de Coatepé son sólo para atletas.

Es increíble cómo todos se quejan de los baches, los hoyos, los topes, el tráfico, pero casi nadie dice cosa alguna sobre el transporte público que al fin y al cabo, vale madre quien lo posea, lo que importa es que transporta al público en general, que de seguro, son más los que no tienen carro, los que se ven asediados por ambulantes en las paradas y las subidas, merolicos (muchos de ellos sin vocación), drogadictos, y sobre todo, lidian con el mal humor del conductor que tiene toda la razón de estar furibundo ante el volante de un vejestorio obstinado en caber en calles minúsculas, sin suficiente carga, echando humo, con un ruido infernal y cero mantenimiento.

Me asombra cómo es que resistimos lo que padecemos, tendríamos que quedarnos todos, todos, al pie del camión, negarnos a su mal servicio, pensando que si éste fuera bueno, seríamos muchos los que elegiríamos el transporte público en lugar de treparnos a un carro maltrecho que se enfrenta a un tráfico inmundo que cada vez estará peor, precisamente, por el escaso y pésimo transporte público.

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