domingo, 12 de abril de 2009

conciencia del ruido


Un doce de abril decidieron que era un buen día para dedicarlo a la conciencia sobre el ruido.




Hay tanto ruido entre nosotros


tanto, que hasta tu nombre se ha borrado de mi memoria


Te llamas fantasía.


El verano y la primavera suenan igual si estás entre dos banquetas, para poder percibir el canto de los pájaros habría que callar a las botargas que se balancean afuera de los negocios para decirnos que somos un manojo de idiotas, nos venden como si no tuviéramos neuronas. También habría que silenciar a las motocicletas, sobre todo, a aquellas que retumban los vidrios de las casas con su claxon para vendernos, otra vez, como buenos idiotas que nos creen, tortillas. Simplemente, somos tan conformistas que nuestros vendedores no se las ingenian para ofertarnos sus productos de una manera más inteligente y acorde con la armonía de las estaciones, el cielo y el temperamento de sus ciudadanos, no, no hay necesidad, somos un atado de imbéciles. Nos rompen los tímpanos y aún así, pasamos en miedo del escándalo a comprarle jamón, y salimos corre y corre por las tortillas, somos una bola de comodinos que, indispuestos a hacerla de tos, nos abalanzamos sobre producto que nos oferten de la manera que lo hagan, y si aquello nos gusta, o nos es imprescindible como las benditas tortillas, nos la podrían vender incluso en una forma poco higiénica y de todas formas, las compraríamos. Entre tanto ruido, estamos silenciados, nuestra voz se ha perdido en medio de celulares que suenan, música chunchaquera inmunda de fondo, claxones, motores a todo meter, silbatos de oficiales de tránsito, y lo que se apersone. El emisor se ha quedado sin qué decir, y al receptor o le vale o no comprende que no hay mensaje, no deja de oír ruido, ruido de abogados, ruido de sartenes, ruido de sillas que se arrastran, ruido de teléfonos que truenan de mil maneras, ruido de máquinas que le dicen por el auricular, presiones tal o cual tecla, adiós a las señoritas a las que uno podía contarle sus penas, levantar sus quejas o explicarle los detalles, ahora es más fácil hacerse amigo de un taxista, acostumbrado a escuchar, y también a contar, entre tanto ruido que hace y deja hacer a su alrededor. ¿Y tu voz?, ¿dónde ha quedado entre tanto ruido?, la he ido a buscar a la Avenida Orizaba, donde entre tanta hayas, hay algunos bambúes que retumban contra el aire, y me traen tu voz, la mía, y la de todos los que nos sentimos extraviados entre tanto ruido. Entre tanto ruido, hay que mirar el cielo para cerrar los oídos, y al volver a abrirlos entonces darle cabida a los sonidos, sonidos de cuerdas de guitarra, de cuerdas vocales, de risas de niños, de la voz amada, del tacón que se acerca, del pájaro carpintero necio, y testarudo contra el árbol del vecino, sonidos, mermados por el ruido, apaciguados por nuestra falta de voz. De una voz que diga algo así: caballero, no pite el claxon o no le compraré jamás tortillas, y haré que nadie más le compre.

miércoles, 8 de abril de 2009

aquimi chu, aquí mi chu

A contra pelo. Hay quien fluye como en sentido directo del carril derecho de su vida, va a buena velocidad, y casi sin contratiempos, sí, hay gente así, obediente, y feliz con su sometimiento pues no tiene necesidad alguna de transgredir ni a sus padres, gente que no ha sentido el impulso de hacerlo ya que camina en armonía con lo que se le brinda. No sé en dónde está la imperiosa necesidad de hacer algo a contra pelo, en contra del mundo que nos rodea, a favor de causas que no figuran en los encabezados de los diarios, ni en los títulos de películas, ni en los proyectos familiares, no lo sé pero lo vivo, lo siento y lo he perseguido desde que tengo uso de razón. ¿Inconforme?, no del todo, me gusta mi vida, me cae bien mi pareja, me agrada el lugar donde vivo, amo a mis hijos y no me he arrepentido ni por un instante de haberlos invitado al mundo, adoro mi trabajo, y sin embargo, plantada, y en contra de muchas cosas que el mundo oferta; y sin embargo, plantada y peleando por asuntos que aparentemente, no le importan al resto del planeta. El mundo, no es completamente un moco embarrado en la pared, es un lugar grandioso, pero no está bien, y no es que esté del todo equivocado, es que hay mucho por hacer y más por dejar de hacer. Hay que darlo todo para recibir algo, y cuando esta consiguiente se tiene clara, no habrá fuerza que nos detenga en nuestras empresas por más descabelladas que éstas sean, no habrá poder humano que logre convencer a nuestra empedernida alma de que nuestras férreas ideas, son inalcanzables. Y así, tantas veces nos tumbarán, como tantas veces nos levantaremos de entre las cenizas para continuar persiguiendo, luchando, ideando, trabajando a favor de lo que creemos, se debe hacer para mejorar o para aliviar heridas contenidas por una sociedad que teme al cambio. El mundo es un lugar a todo mecate, lo dicen las playas, los bosques, la luna, los días soleados y la neblina, lo cantan los pájaros, y lo confirman los perros al ladrar, las palomas al volar y los niños al reír. Somos nosotros, los humanos, quienes insistimos en la exacerbación de la comodidad y la avaricia, quienes arruinamos el mundo, pero más lo arruina quien piensa que no se puede hacer nada al respecto, quienes dicen que no separan su basura porque nadie más lo hace, quien afirma que el mundo es de los poderosos y que su voto y voz no sirven para nada, esos son los peores. Es indispensable que las personas que creen que hay algo por hacer, no se desanimen, no se cansen, no cesen de hacer, de luchar y de decir. No estás solo, habemos otros en la misma frecuencia, y de continuar, nos encontraremos, tarde que temprano. ¿Quién carambas dijo que todo está perdido?, por favor, yo vengo a ofrecer mi corazón, ¿y tú?, ¿también traes la mano en el corazón para ofertarlo a la idea de un mundo mejor?

miércoles, 1 de abril de 2009

El eterno retorno

Y volver, volver, volver, a los brazos otra vez. La vida nueva, un milagro, un asombro del que uno nunca se recupera. Me consta. Y algo acaso se haya perdido en el camino, algunos olvidos, sentimientos extraviados, divagaciones y rupturas, fisuras y equivocaciones, malabares y reencuentros, al fin, uno siempre termina por encontrarse con aquello que le va dando sentido a nuestra existencia, y las cosas vuelven a su prístino comienzo. Un bebé nos hace no olvidar la fragilidad de la vida, la fuerza que da la vida nueva, el camino recorrido, el regalo que es la vida.