Escondido
tras tu propia apariencia, aterrorizado, proteges tu trozo de verdad.
Eres la
ilusión de ti mismo, te niegas sin embargo a tu apariencia, también te niegas a
tu vacío.
Lo
mismo con tus secretos, te niegas.
Negado
o asumido, ¿por qué he de conformar a mi deseo con lo que quieres darme?
Te
bebo. De hidalgo.
Para
beberte, me basta con la luz que irradian tus verdades y tus secretos.
Y mi
propia ilusión sobrevive incluso a tus destellos.
Y hasta
eso, no sé si soportaría tu transparencia.
Ésa
verdad, tan puta ella, se desnuda.
Siempre
quiere desnudarse.
Puesta,
bien puesta, dispuesta, erótica o semiótica, radical o idiota, estoica,
estrambótica… y ciertas noches, cuando de suerte estoy, alcohólica.
Tu
verdad, desnuda y alcohólica. Mía.
Sin la
anuencia de tu voluntad en juego, ella, la verdad ésa, comienza su striptease.
Tu verdad,
tu color y transparencia, tu mentira y tu disfraz, tu lo que dices y lo que te
guardas, tu locura y sensatez, siempre, todas ellas cogiéndose las unas a las
otras.
La
orgía de nuestros yos ilustrados, de nuestras sombras y nuestros muertos,
fantasmas y vivos, lamiéndose entre las líneas de nuestro texto sentido.
Y dejo
de soñarte para hacerte real. Me urjo a reparar en sitio y párrafo, en confesión
y poema.
Una vez
real, ante mis propios ojos, te esfumas.
Te
vuelcas ilusión, y ante la inconclusión de mi propio mundo, universo perverso
en medio de tanta penuria tuya y mía… me
prefiero arrebatada por un beso tuyo.
Te
cambio un real por tu doble imaginario.
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