viernes, 8 de febrero de 2013

La Soltería, el estado mayor.


Para entrar al estado soltero, no hay más que poseerse de los quince años, para salir del estado, hacerle caso al vecino y ya se armó. Hay quien deja de serlo para no serlo nunca más, hay los que hemos sido solteros en diferentes puntos de la vida. No es lo mismo ser soltero a los veinte de primera vuelta que a los cuarenta de segunda o tercera vuelta. También hay el soltero casado, que en su estado matrimonial se da respiros urgentes de soltería  a los que me contaron, les llaman deslices.

A la soltería se llega por voluntad o por encargo, por viudez o por urgencia pero siempre es un estado hacia el interior, con anillo o sin él, uno a veces se siente ligado al ente, al objeto de tortura personal, sin importar que diga el maldito papel ni el objeto de tortura.

La soltería se ve de fuera con envidia y soslayo al mismo tiempo. Las amigas de la casada temen un poco a la que queda suelta y no saben cómo acomodarla en las mesas de fiesta que son número par, para diez, o sea cinco parejas, ¿qué hacemos con Mengana tan soltera? Al traste pues la soltería le da a ciertas relaciones, a otras en cambio las invita, los amigos del marido que la han visto desde lo obscurito con un poco de furor, una vez anunciada la soltería se anuncian como galanes servidores. Ésta última parte, no es tan linda pero supongo que puede ser al revés, que el que queda suelto vaya en pos del objeto del deseo divisado desde el umbral conyugal.

Como lo vean de fuera, como alguien que ha perdido, fracasado, o desaprovechado, o quizá como alguien suertudo que se da la vida de caza nova que todo casado envida, no importa, la soltería es un estado que se vive en etapas y que cada quien vive diferente. Para mí, el soltero está: explorando el menú; entendiendo qué le gusta; esperando al indicado si acaso ya tuvo la suerte de matar al príncipe azul (y los hombres a la mujer cool), que de otra forma cada cual está esperando eso que no existe; está descubriendo entre vueltas al estado mayor cómo es con y sin pareja, y cómo se gusta; enfrenta al mundo con sus ideas sin que alguien se las rebata lo cual amplía el margen de error.


La gran mayoría de los solteros en el fondo espera que llegue alguien que los desacomode de su pensar en dedo y los coloque en la rueda de la fortuna de pensar en par. Pero hay los solteros de ultranza que en mujer aseguran que no hay hombre que valga la pena y van a las fiestas a hacer babear con su disponibilidad que no ofertan, sea chiquito o sea grande, le hacen el fuchi. En hombre, este soltero a ultranza, como un erizo en la carretera le grita a la menor de las luces que no quiere compromisos mientras una vieja cabrona se los gana subrepticiamente, metiéndolos al ruedo conyugal enojados y maltrechos. La realidad que se niega o se quiere controlar, va a morder, sea soltero, casado o arrejuntado.

Cuidado, dicen los muertos que nos hablan desde el otro mundo, cuidado con la soltería mal llevada, que la vejez entra por las heridas abiertas, el estar solo, cuando es un receso del amor y lleva dolor,  hay que darle su tiempo, su espacio, en el ínter, llegará alguien a desgarrar las cadenas impuestas si lo hacemos con decoro.

La soltería es un estado mayor que llevo con la alegría de poder convivir con más personas y volver a pactar con mi universo para dejar entrar a mi corazón nuevos cariños, si el estado no se rompe para compartir momentos con un buen tipo que me cuadre, el estado se quedará para dejar abierta mi alma y mi casa a enteras fiestas de solteros. Luego de tanto llorar y de tanta soledad al cuadrado, al fin logré que el amor sea parte de mi vida y no mi vida entera, ha sido un descanso, un atino, y ahora, un camino.

Larga vida a la soltería.


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