domingo, 7 de junio de 2009

el rap de mis hombres...

El primero de mis hombres, me abrazó,
nunca tuve el tiempo de saber cuánto abarcó,
pues se murió;
el segundo de mis hombres, me destrozó,
aquella tarde, nada de rehacerme,
pues me dejó;
alegando que a su padre, mi culo le agradó, y que el hijo que iba a darme,
cara de dos padres habría de llevar, desconfió;
el tercero de mis hombres, arribó con carta de recomendación,
era talentoso y bien parecido, pero claro, tampoco tuve el tiempo de saber cuánto, cuánto, pues también se murió,
una bala perdida en un hospital me lo entregó, a nadie más le he vuelto a rezar tanto,
pues de tanto en tanto, Dios, no me escuchó,
y también se lo llevó.
Seguí mi camino, de hombre en hombre, sin número ni espacio,
pensando, que la tercera había sido la vencida,
y de ahora en adelante todo sería huída,
mejor mía, para no indagar si era yo la viuda negra, o el preludio de la despedida;
hasta que llegó, el digamos, cuarto de mis hombres, con el currículo de añil,
hijo de albañil, contador de profesión,
nalgas sin mención, portafolio de piel, labia de miel, cejas de árabe, humor grave,
ése, me enseñó a cocer a máquina, a planchar sus camisas,
me compró una estufa como quien cocina
para no comer más en las fondas de la esquina,
me presentó a su familia, y desde ahí debí de haber sospechado
el futuro que me deparaba cuando después de dormir en el cuarto de su hermana,
al día siguiente cien mil enchiladas volaron sobre el comal para alimentarnos,
a mí, a él y a tanta gente que no podía, con todo y mi buena memoria, aprender los nombres; entre sueños, dopada o atolondrada a la boda le pusimos fecha, de ahí llegaron los hijos, a la orilla del río Pánuco, tres chiquillos robustos y sanos amamanté, un día cansada de lavar ropa, ir a la universidad, y recibir tratos de segundo plato, le rasgué la camisa, y le dije adiós para siempre, esa noche los amigos llegaron a poner el hombro, ¡y hombre!, que hicimos fiesta, con bombones en la chimenea, y vino tinto para olvidar lo que habría de olvidarse, al poco rato, mis zapatos rotos, me recordaban que mi soledad era total, de vez en vez, en mi cama había visita y fiesta, ya para el quinto año de luto, en un antro de mala muerte, donde era empleada de quinta, llegó un hombre que traía una tristeza de primera, solté mi mejor carta, la de mi sonrisa que la vida me dibujo en este rostro que parece no conocer el desconsuelo, hice trampa desde el principio, lo invité a cenar ravioles al pesto, barnicé todas las fallas, para que esa noche ni las siguientes, cesara el temblor de este mi terreno sinuoso. Se trepó al carro de mi montaña rusa como una invitación a la tierra fantástica, y pronto ya subíamos y bajábamos, a la velocidad del trueno, una vez que paramos en la taquilla, su alma de suicida pidió el aquí y más, y aquí seguimos, cargando el tren del doble o nada, con seis hijos que juntamos entre los suyos, los míos y la nuestra, hagan cuentas, yo doblé la apuesta, pero el triplicó la deuda. A todos los he amado, a todos los sigo amando, unos me abrazaron, otros me engañaron, otros me rompieron, otros desconfiaron, otros, me dieron más de lo que les di, a otros le di todo lo que tenía, pero sólo con uno, me ha pasado todo y el más, sólo con uno gané la apuesta, el abrazo, y la independencia, el engaño, y la cruel verdad, la ruptura y la reconciliación, la soledad y la compañía, el proyecto, y el fracaso, el amor y el más que amor, los hijos, con la alegría y las desgracias. Sólo con uno, el único que se quedó para ver los resultados de la quiniela, el único que no se amedrentó al conocer mi verdadera sonrisa, la de la montaña rusa, la de la mona nada lisa, que sube al Machupichu, y desciende al averno, así, en fracción de segundos; el único que ha soportado la ráfaga de mis mareas mensuales, mis deudas en canales, mi despertares lentos y bruñidos, mis arranques de Tsunami, mis insomnios, y mis mañas, miles. El único, que no habría llegado a ser ni el platillo de la entrada de no haberme echado la botana de mis otros hombres, el único, plato fuerte de mi vida, el que me llena para no pedir más postre, el que me emborracha y me da cruda, el que me soporta, y me tumba, el único, que se quedó a vivir los resultados de este destino incierto pero cierto.

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