sábado, 14 de febrero de 2009

a las cosas, por su nombre



Miedo a las palabras . Hay pues, cuando las palabras se utilizan en su debida y correcta acepción, un miedo atroz a ellas, y no es para menos, ya que éstas pueden declarar desde amor eterno hasta la guerra mundial, por lo que está muy bien que uno se vaya con tiento con las palabras que tienen de todo, menos ser inofensivas. En la época victoriana, que no está ni tan lejos ni tan cerca, no se podía mencionar siquiera la palabra “pantalones” frente a las señoritas, y con vergüenza tengo que decir que son pocos los caballeros y las personas que se miden de decir ciertas cosas frente a señoritas y niños. No me espanta nada, ni hoy ni cuando yo era señorita, pero por ejemplo, los albures, sigo sin entenderlos, y sin interés de entenderles; el fut y el resto de los deportes, de no ser ajedrez, me tienen sin cuidado, por ello, obligo a las personas que me rodean, hombres o mujeres, jóvenes o adultos, a omitir estos temas frente a mi persona. De la misma manera que defiendo mi espacio e intereses, me ha tocado frenar a personas (de todas las edades) de mencionar, explicar, o simplemente mentar, palabras y ciertos temas frente a niños, si los nenes siguen siendo o no inocentes, no es el tema, yo no participaré de su corrupción de ninguna forma. Ahora, este miedo del que hablaba al principio, más que nada, lo veo impreso con las palabras que mienten en términos de obligación o educación, coadyuvado esto por fundaciones y movimientos “sociales”, han cambiado el significado de un sin fin de palabras robándoles su dignidad y su semántica, por ponerles un ejemplo: hoy, quienes comunican se han hecho cargo de embellecer, así como de envilecer al grado conveniente,  mientras Bush le llamaba al “haremos la guerra (para reactivar la economía)”, “combatiremos a las fuerzas del mal (porque por su culpa anda mal nuestro mercado”; en México a los ancianos, se les dice de mil maneras menos viejitos (claro está que en las casas, la gente normal como uno, seguimos nombrando a las cosas por su nombre y a los adjetivos por su denominación de origen), adultos mayores, adultos en plenitud, y personas de la tercera edad, son los sobre nombres usados por las autoridades que no sé porqué, piensan que un viejo se ofenderá porqué se le dice viejo, cuando al contrario, lo que habría que resaltar son las virtudes y las consideraciones a tomar para Las personas que  llegan a cierta edad. Lo mismo sucede con los discapacitados, que ahora se les ha cambiado el nombre, en lugar de decir “ciegos”, dicen “débiles visuales”; a los sordos, no hallaron cómo adornarle y entonces, los encasillaron con los demás (paralíticos, etc.), nominándoles como “personas con capacidades diferentes”, cuando lo que habría que resaltar es que el ser limitados de una parte de su cuerpo, sordos en este caso, no les confina a no poder hacer un millón de otras cosas que no sea escuchar a Mozart.  

1 comentario:

kikewaa dijo...

El pan se sigue llamando pan y el vino sigue llamándose vino.

No entiendo por qué, las corrientes psicológicas (o vaya a saber cuáles) de ahora pretenden atribuir un sentido peyorativo a adjetivos o denominaciones que estuvieron allí durante tanto tiempo y quieran disfrazar la realidad con eufemismos baratos...

Tengo una tía cuadripléjica que jamás se ha ofendido porque le digan paralítica o discapacitada... Ella misma se procama discapacitada... Y eso no le impidió tener dos licenciaturas y una especialidad y estar en planes de iniciar una maestría, ni de dar clases de Taller de Lectura y Redacción (mucho de mi conocimiento de etimologías latinas se lo debo a ella). Hasta se va de reventón conmigo... En fín... Un saludo desde La Ciudad que Perfuma al Mundo.