Miedo. Hay miedo a las palabras, hay miedo en las palabras, cierto, pero esto sólo es un espejo de lo que se suscita muy dentro de la sociedad; los individuos tenemos miedo, en grupo tenemos mucho miedo, y el miedo, además de ser negocio, es destino pues la democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje popular tiene miedo de llamar a las cosas por su nombre. El miedo se ha apoderado de la célula más íntima, la pareja: las mujeres temen a los hombres violentos, mientras que los hombres tienen miedo de las mujeres sin miedo, y en casita, tememos dejar a la cerradura sin candado, pero al salir, el asunto no mejora, tenemos miedo a voces de los ladrones y un miedo atroz pero silencioso de nuestra policía. El que no tiene trabajo teme, siente cada mañana que no encontrará trabajo nunca, y el que tiene obtiene un trabajo, tiene miedo de perderlo, tanto miedo como el que tiene de perder a su mujer por la calvicie, o por la impotencia… su mujer también teme, que él no encuentre trabajo, y si tiene trabajo más teme de que lo pierda, y por lógica, también tiene miedo de ser abandonada a causa de su celulitis, o por el aumento de lonjas, la aparición de canas y arrugas pero jamás, por su mal genio. Los individuos tenemos miedo de las multitudes pero también nos llena de pánico la soledad, por eso tenemos miedo de los niños sin tele, de quedarnos sin cigarros a media fiesta, de extraviar las pastillas para dormir y de no encontrar, si no razones, más pastillas, pero esta vez, para despertar. Pero el miedo es un gran negocio, si no, pregúntele a un vendedor de seguros, ¿qué vende más?, ¿la seguridad de un futuro mejor o la convicción de que el mañana es incierto? Seguros contra terremotos, maremotos, incendios, seguros de vida (como que lo más seguro es que para morir, basta estar vivo), y una lista infinita de ventas al miedo. La cultura del miedo, cumple su cometido: tu hermano cada vez más lejano, tu vecino cada vez más desconfiado, los niños cada vez más amarrados, los cuerpos cada vez más artificiales e imposibles (mujeres delgaditas con tetas enormes, hombres maduros con mucho y negro cabello, y un millón de mentiras más un tanto hollywoodenses), hacen que esta cultura se imponga a nuestros mejores y naturales deseos: el hermano cercano, el vecino para cuidar la casa cuando no estás, alimentar al perro y correr a su casa si tienes chisme o pastel recién horneado, sentirnos deseados con este cuerpo, con esta cara, y que con los años, lejos de que el deseo desaparezca o las relaciones se deslaven, que con el jugo que dejan los años, nuestro hermano reciba algún hijo nuestro como hijo propio, que nuestro vecino se haga un poco nuestro hermano, que nuestra pareja sea, además de la mejor compañía, nos parezca con canas y sonrisa, la guapura más guapa. Yo, opino como dijo Emiliano Zapata, quien no tenga miedo, que firme aquí___________La Pior, presente.
1 comentario:
¿Miedo? Fobia, diría yo... Es la tristísima realidad...
No es posible que nos tengamos miedo a nosotros mismos, que desconfiemos hasta de nuestra propia sombra.
Pero lo gacho del asunto es que nos consumimos la vida teniendole miedo al miedo.
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