Entre las mil y una personajas que he hecho de mí misma, están siempre las herencias de quienes me precedieron, me he dado cuenta que la búsqueda de mi autenticidad la resumo en el haber aceptado todo lo que me han dado, por gracia de la sangre y por la generosidad de las víctimas de mis consanguíneos.Conmigo, en mi mochila cotidiana, cargo con momentos, imágenes, regalos, regaños, lecciones, sonrisas, viajes, abrazos, y algunos rencores de mi parentela. Mis parientes viven conmigo aún sin quererlo, desde mi primo más lejano, hasta mi tía más consentida, los vivos y los muertos, me habitan. Recrear el corazón de cada uno ha sido un ejercicio indispensable para mi sanidad espiritual, con ello, en cada pincelada, he drenado perdones, he tamizado situaciones, y las circunstancias, las malditas circunstancias, me han hecho el mandado, no ha habido algo que se haya podido interponer entre mi cariño y los corazones de mi árbol genealógico. La carga de la parentela es un gran regalo, he caído en cuenta, que de huérfana sólo llevo la ausencia de mi madre, el resto, todos mis indispensables, no me dejaron sola, me dieron, me amaron, me cobijaron, me hicieron esta savia que se desliza hasta su corazón cada que me entra la sed, y si no la sacian es porque el día que ya no tenga sed, entiendo, estaré como los que me acompañan en el jardín trasero de mis muertos, tres metros bajo tierra. Epazote, ruda, toronjil, romero, albahaca, cilantro, perejil, eneldo e hinojo, hierbas aromáticas del patio de atrás, y la composta apesta, pero no hay nada sano que no se haya podrido de vez en vez.
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