Estábamos
ahí. Yaciendo. Las cortinas con sus ojos, bien pelados. El tequila al pie de la
cama. Un cigarro encendido. Música original. Letra original. Y su llamarada de
no seré tuyo. No puedo, decía, soy un fantasma. Sierpes de fantasma, son el
vacío que deja su vaivén. Nubes sobre la cama. ¿Entonces, cómo es que llegamos
hasta aquí? ¿Sus labios se vaticinaron
sobre los míos por la fuerza del viento?, ¿o por el empuje del tequila? Le dije con súplica, ojalá que no me
dejes ir. Me empujó. Soy
todo lo que me habita, pero sobre todo, soy mi animal, y ante el empellón de su
rechazo, el animal ha cantado. Habitada. Me muerde mi animal. Y por dentro, muy dentro, la persecución
de mi fantasma, ¿quién persigue a quién? Soy todo terreno, ¿por eso?, ¿porque soy patio de atrás, me
persiguen los fantasmas? Y mientras me pregunto todo, me salvo de los
empujones, él y su no, me meten la lengua, me chupan el cuello, me retuercen
los pezones, los muerden, me ponen el dedo tan adentro como su palma de la mano
lo permite, y lejos de la respuesta, siguen llegando las dudas. Yo soy como la
parte de la casa que se sale del territorio gente. Soy el lugar de las
travesuras. Y ése fantasma,
que es nadie, que es todos, y es ninguno, que es mío y lo comparto con el
universo, que es suyo de él y es de la nada, se desboca sobre mi regazo, me
sofoca mientras me talla su vientre de protuberancias, me muerde la barba, los
labios, hasta hacerme gritar de dolor, y me dice, dime que te vas, y me hago
nube, dime que no quieres, y me esfumo, desaparezco, carajo, como si ése no
fuera su hábito más vicio entre nosotros. Pero sin saber de dónde, soy quien se
va, el apremio de un abrazo, rompe el juego psicológico. Me pide que saque la
lengua, y la saco, me mete el dedo, lo agita mientras mira mi lengua como si me
penetrara él y me besara al mismo tiempo, como si me traspasara con su espada
blandida en aceite puro y le besara la espada al mismo tiempo, mi lengua, su
actor, él el director. Raída la lengua de tanto lamer la piel de mi fantasma,
no puedo rendirme, voy por más lenguas de agua. Él me dirige, y voy sin
estrellarme, directo a saciar el primer nivel del animal, un orgasmo. Y me voy. Yéndome, siento esa gana
de que me detenga, aún cuando sé que una vez que el animal decide irse, no hay
forma de hacerlo cambiar de opinión. Yéndome, su nombre se desvanece en
mi boca, su lengua serpentea en mi vientre y yo, yo no me puedo quedar a
besarla también. Le dije con súplica, ojalá que no me dejes ir. Me empujó.
Me hablaba al oído, cuando el animal dijo, es hora de irnos... y me fui de mí
mientras su lengua me penetraba. Hoy, me voy también de ti, le dije. No
me creyó, jugó a hacerse el dormido, mientras me aventaba el cuerpo para que lo
lamiera de pies a cabeza. Se nos murieron los peces y la noche entre los
muslos. Mi deseo sólo es visible cuando pasa por su cuerpo, mi voluntad se
refleja en sus ojos, en sus ojos que dicen no, no, soy un fantasma. En las
guerras, se mata al enemigo, en la cama, se mata al amigo, se resucitan a los
fantasmas. No tengo balas suficientes para asesinar mis sentimientos, pero yo
las tiro, ellos allá por dentro, que se las repartan coño, yazgo en mi cama con
un extraño que amo, me araña mi animal, se me entorpecen las consiguientes,
dejo el lo que quiero por lo que siento, el abismo está aquí, al borde de estos
tequilas, de estas sábanas, y aún así, ¿quieren que mate lo que siento? Perfecto,
con una chingada, denme la puta receta. Llevo un derrumbe por dentro, tan
constante que parece ser mi amigo más fiel. Llega la hora cero, su hora, es él
quien se va, como marca nuestra perra costumbre, desde su nube, me apalabra, me
cuece a frases cortas y confusas, me habla de revoluciones y de desasosiego, de
desamor y de sociedad podridas, ni una palabra de amor. Ya apalabrados, empoderados,
digo yo, dame, dame tu frase completa, deja los puntos suspensivos para el
amanecer... yazgo desde la noche, pero es a la luz que desfallezco de
cansancio. Miro mis senos, y murmuro a nadie, ¿Acaso no puedes pasear por mi
cuerpo sin dejar huellas?
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