Un doce de abril decidieron que era un buen día para dedicarlo a la conciencia sobre el ruido.
Hay tanto ruido entre nosotros
tanto, que hasta tu nombre se ha borrado de mi memoria
Te llamas fantasía.
El verano y la primavera suenan igual si estás entre dos banquetas, para poder percibir el canto de los pájaros habría que callar a las botargas que se balancean afuera de los negocios para decirnos que somos un manojo de idiotas, nos venden como si no tuviéramos neuronas. También habría que silenciar a las motocicletas, sobre todo, a aquellas que retumban los vidrios de las casas con su claxon para vendernos, otra vez, como buenos idiotas que nos creen, tortillas. Simplemente, somos tan conformistas que nuestros vendedores no se las ingenian para ofertarnos sus productos de una manera más inteligente y acorde con la armonía de las estaciones, el cielo y el temperamento de sus ciudadanos, no, no hay necesidad, somos un atado de imbéciles. Nos rompen los tímpanos y aún así, pasamos en miedo del escándalo a comprarle jamón, y salimos corre y corre por las tortillas, somos una bola de comodinos que, indispuestos a hacerla de tos, nos abalanzamos sobre producto que nos oferten de la manera que lo hagan, y si aquello nos gusta, o nos es imprescindible como las benditas tortillas, nos la podrían vender incluso en una forma poco higiénica y de todas formas, las compraríamos. Entre tanto ruido, estamos silenciados, nuestra voz se ha perdido en medio de celulares que suenan, música chunchaquera inmunda de fondo, claxones, motores a todo meter, silbatos de oficiales de tránsito, y lo que se apersone. El emisor se ha quedado sin qué decir, y al receptor o le vale o no comprende que no hay mensaje, no deja de oír ruido, ruido de abogados, ruido de sartenes, ruido de sillas que se arrastran, ruido de teléfonos que truenan de mil maneras, ruido de máquinas que le dicen por el auricular, presiones tal o cual tecla, adiós a las señoritas a las que uno podía contarle sus penas, levantar sus quejas o explicarle los detalles, ahora es más fácil hacerse amigo de un taxista, acostumbrado a escuchar, y también a contar, entre tanto ruido que hace y deja hacer a su alrededor. ¿Y tu voz?, ¿dónde ha quedado entre tanto ruido?, la he ido a buscar a la Avenida Orizaba, donde entre tanta hayas, hay algunos bambúes que retumban contra el aire, y me traen tu voz, la mía, y la de todos los que nos sentimos extraviados entre tanto ruido. Entre tanto ruido, hay que mirar el cielo para cerrar los oídos, y al volver a abrirlos entonces darle cabida a los sonidos, sonidos de cuerdas de guitarra, de cuerdas vocales, de risas de niños, de la voz amada, del tacón que se acerca, del pájaro carpintero necio, y testarudo contra el árbol del vecino, sonidos, mermados por el ruido, apaciguados por nuestra falta de voz. De una voz que diga algo así: caballero, no pite el claxon o no le compraré jamás tortillas, y haré que nadie más le compre.