Para quien crea que el ardor nace del calor, le explico, no. El ardor yace en un recóndito lugar del corazón. Cuando uno se queda con uno mismo, ese ente que luego solemos soslayar por la vorágine del diario, es cuando uno alcanza a ver por una rendija mental que hay algo ahí en prístina llamita. Mi preferido lugar para estar conmigo misma: esta cabina. Aquí, preparo textos de responsabilidad, me apura no decir pendejadas al aire, quiero ser lo más responsable posible, hasta donde me da el entendimiento, y si en algo me siento coja, ni reparo en el punto, o al aire y con toda honestidad digo, neófita en miras a superarse. Aquí, en esta cabina, entre estos diálogos conmigo y con lo que aprendo y vendo... me percaté de que había cerrado una ventana en mi corazón, y que había dejado atrás la posibilidad de un horizonte. Se me ocurrió abrirla, y la pequeña flama, ha incendiado todo desde entonces. Si alguien cree que fue un viejo o nuevo amor, no. El ardor viene en un kit personal, uno elige sus navajas, su jabón, su zacate, su cepillo y sus demás enseres que encienden las ganas de limpiar el corazón sacando todo lo viejo e inservible, todo lo que pesa y mata. Voy, pues, con toda la paquetería al ardor que me compromete con mi mundo, el de acá adentro.