jueves, 1 de enero de 2009

entre la limpititis y la mugritis



La casa donde yo crecí, no era limpia. Tampoco ordenada. Entre comillas. Yo generaba mucho desorden y cuando regresaba de la escuela por alguna razón que yo no alcanzaba a entender, todo estaba recogido, no en orden necesariamente, porque al fin y al cabo, el orden de una habitación es además de subjetivo, personal. La casa en la que me crié era un lugar casi sin mística de arreglo, casi. El casi, creo que no lo quieren saber, es patético: tapetes persas cosidos de manera permanente a una alfombra roja, y aberraciones peores, a un lado el casi.
Hoy, la mierda que es crecer sin mística del orden que dicta sanamente el lugar de las tijeras, el papel de baño, las toallas, el resistol y los libros. La tarea cuesta arriba que es hacerse ordenado o de perdido, no tan desordenado cuando se creció en medio del caos de Cao. Cuando dije casi, y lo dije porque esta casa de la que hoy hablo y llevo años queriendo olvidar,  tenía cierta filosofía, una semejante a la de la pizza-calcetín usado; en esta casa, abrías un cajón y como te brincaba un sapo a como dando y dando, te podías topar con una calceta, limpia o sucia, que acudiendo a las leyes que suelen regir a los desamparados maltrechos como yo, seguro era lo opuesto a lo que se buscaba, si era temprano y urgía vestirse para ir al colegio, el calcetín era sucio o sin par, ni remedio. Una vez que uno se cría en una casa-caos, esto es, en un nada sacro lugar donde rige la ausencia total del orden, salir a la vida, donde hasta el semáforo tiene una adecuada organización, es duro encontrar una filosofía de orden funcional y más tardado aún crear una filosofía de orden personal. Casi imposible. En mi cabeza, pocas cosas se han archivado en orden, dicen que la mente así funciona, yo digo que se le ha de entrenar para poder acceder a la maravilla esa de los calcetines con los calcetines, los chones con los chones y tones para los preguntones. Virginia Woolf habló del derecho a una habitación propia, y algunos sicólogos de banqueta aseguran que uno tiene su habitación como tiene su cabeza, yo me empeño por ello a mantener cierto orden en mi dormitorio, pero no lo logro, entre otras cosas, porque es este lugar sagrado al que  gusto de llevarme lo que más me gusta, ergo, me vale madre si los cuadros no combinan, si los libros se apilan, si los hijos arengan por la causa que sea, me vale, mi dormitorio, el  lugar al que suelo llevarme todo lo que me hace esta persona que soy y que me traigo puesta; el fen chui,  y las leyes del tal murphy me tienen sin cuidado, y sí,  mi corazón de mochila de pueblo se ve reflejado en mi dormitorio.  Ahora, ¿dónde está la mugre?, ¿cómo diferencias y haces la debida división de vivir en un sano caos, y la mierda total?, la línea divisoria es, en efecto, muy delgada. Llega el fin de año y es hora de evaluar si el tlacuache se queda o se va. Mi pareja me dijo, 'o él o yo', resultó ser que tal vez éste que ven el la foto sea él, pero el grande, en definitiva es ella, mi hija le ha puesto Pepe para acudir a la ley que ampara, indulta a aquél animal que tenga nombre, esta ley de familia dice que el animal es un poco tuyo, un poco de él pero como quiera que sea, no te pertenece del todo y por ende, estás impelido para matarle sea el método que hayas querido pensar menos doloroso para ti y tu familia, no ha de morir porque nombre tiene. Qué pesar. convivir con un tlacuache quiere decir, estar dispuesto a los disturbios nocturnos ¿Hacer caso omiso a los disturbios? imposible, ¿y si es un ladrón?, ¿quién quiere saber? nadie, pero es inevitable. ¿y qué fue ahora lo que se rompió?, tampoco quiero saber y menos limpiar vidrios, y arreglar desperfectos  a altas horas de la noche, inevitable. Por las mañanas, luego de la ajetreada noche, hay que limpiar todo lo que no se limpió en la madrugada, por flojera total o por desconocimiento, llega la luz, ¿y qué hay en la cuarto de atrás?, mierda sobre la lavadora, sobre el lavadero, ollas caídas, rotas, y si por error se te ocurrió dejar algo de basura, despídete de la tranquilidad, y trae algo con lo que puedas arreglar el desastre.

Entre la limpititis, (que créanme, también es una enfermedad),  y la tan grave e incómoda mugritis, no hay para donde hacerse, entre mi hombre y el tlacuache, no hay ni qué pensar, me quedo con quien calienta mis pies, el detalle es, ¿cómo me deshago  de Pepe el tlacuache?

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